Uno de los algoritmos con los que interactúo diariamente es el de TikTok, una de las plataformas donde más evidente se hace cómo un sistema puede adaptar la experiencia de usuario a partir de patrones de comportamiento. Desde mi perspectiva, el algoritmo de TikTok analiza detalles como cuánto tiempo me quedo viendo un video, cuáles likeo, comento o guardo, qué audios utilizo, a qué tipos de contenidos regreso e incluso el momento del día en que consumo más contenido. Además, considera variables como mi ubicación, el idioma de mi dispositivo y mis búsquedas recientes, con el fin de personalizar aún más las recomendaciones.
El objetivo del algoritmo, en ese sentido, es claro: predecir qué tipo de videos me van a captar durante más tiempo y mantenerme activa dentro de la aplicación. Cada pequeño gesto (como deslizar rápidamente o ver un video completo varias veces) alimenta este sistema de predicción para que la sección “Para ti” sea cada vez más precisa y difícil de abandonar.
Ahora bien, reflexionando sobre su impacto en mi vida diaria, noto que el algoritmo no solo determina qué contenido consumo, sino que también influencia mi forma de crear. Cuando he generado contenido para redes, muchas veces he adaptado los formatos, audios o temáticas para responder a lo que sé que TikTok prioriza en sus tendencias. De esta manera, no solo consumo lo que me ofrecen, sino que también produzco pensando en cómo ser más visible para el sistema. Además, me doy cuenta de que el algoritmo configura indirectamente mis intereses, mostrándome de forma constante temas, estilos de vida y discursos que terminan normalizándose en mi consumo diario.
Un aspecto que considero importante destacar es lo adictivo que puede llegar a ser. Debido a la personalización extrema y a la velocidad con la que presenta nuevos estímulos, la plataforma logra que “cinco minutos” de uso se conviertan fácilmente en una o dos horas sin que me dé cuenta. Así, el flujo constante de recompensas inmediatas —videos cortos que capturan la atención rápidamente— refuerza el deseo de seguir deslizando sin parar. Esta dinámica genera una relación casi automática con la aplicación, en donde entrar a TikTok no siempre responde a una decisión consciente de buscar algo específico, sino que muchas veces se vuelve un acto impulsivo. Aunque reconocer este funcionamiento me ha hecho más consciente de la necesidad de regular el tiempo que paso allí, admito que no siempre es sencillo hacerlo.